jueves, 18 de marzo de 2010
Un minuto
Me levanté y estabas ahí, al lado mio, como cuando todavía entre nosotros no había discusiones, ni lágrimas, ni sospechas. Estabas durmiendo, tus ojos cerrados lloraban y yo no podía dejar de observarte... ¡Me brindás tanta paz! Mis estúpidos movimientos cometieron el error de despertarte, y ocurrió; me miraste, sonreíste y me diste un beso tan simple como hermoso. Te abracé por la espalda, acaricié tu mejilla, sostuve tu mano y por dentro deseé nunca más en mi vida dejarte ir. Recé incesablemente para que te enamores. Te amé sin condiciones, ni proyectos en común. Te quise en ese instante más que a mi propia vida.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)