Me acostumbré al silencio,
a luchar veinticuatro horas al día.
Me acostumbré a la soledad,
y a callar las voces de mi autoestima.
Me acostumbré al rock,
a dibujar durante la madrugada.
Me acostumbré al negro,
y a encontrarme amando sin ser amada.
Me acostumbré al delirio,
a evitar llorar por amor.
Me acostumbré al vacío
y a ser hija del rigor.
Me acostumbré al enojo,
a lastimar sin intención.
Me acostumbré a callar
y a escapar de la obsesión.
Me acostumbré a tanto,
pero resulta que llegaste vos;
cambiando el color de lo cotidiano,
con sólo prestarme tu voz.