Mirando el
cielo prometió hacer algo que no acabase con su vida. Llegó a casa, abrió su
placard con aroma a vainilla y comenzó a empacar; todos sus recuerdos no
entraban dentro del bolso, entonces decidió llevar sólo los necesarios, sólo
aquellos que la harían feliz en momento de duda. Fue hasta la habitación de sus
padres y los observó mediante el pequeño destello de luz de Luna, luego de unos
interminables segundos, se despidió en silencio. Trató de hacer el menor ruido
posible, agarró sus ahorros, salió y cerró la puerta.
Escuchaba
con determinación cada paso que daba, y a cada segundo esperaba que Dios le de
una señal que la hiciera arrepentirse y volver a casa, pero él sólo la observó
y dejó que siguiera. Compró un pasaje de ida a la ciudad: Buenos Aires la
estaba esperando.
Subió al
micro y recordó con claridad su cara, ella lo amaba tanto que tenía miedo de no
poder soportarlo.
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