sábado, 24 de marzo de 2012

Ambar

Y así fue como Ambar comprendió, después de ese encuentro y de muchas cuadras recorridas, que la vida pasaba sin prestarle atención a los caprichos, que jugar no era algo que pudiera hacer sin límites, que lograr apreciar lo que uno tenía a su alrededor era una bendición, y que si era suficientemente madura para enamorarse y entregarle lo mejor de sí a otra persona, también lo era para cuidarse sola. Sólo le faltaba entender por qué había sido él, justo él, el que tuvo que enseñarle y hacerle sentir tanto... El único, que en su vida, había amado.
No pudo dejar de sentir tristeza por mucho tiempo; días infinitos en los que ocupaba su tiempo recordando su cara apoyada en la almohada, su espalda tan grande y tan firme en sus labios, su voz llamándola y sus brazos recorriendo con suavidad su vientre. Hasta ese momento, jamás había sentido un vacío tan aterrador, tan inmenso en sí.

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