Él la miraba desde lejos,
mientras ella dibujaba flores con los pies.
Jamás había disfrutado de dicha melodía
hasta que la vió danzar y jugar con ese caballero mayor
que le enseñaba a pivotear.
Un cruce de miradas significó todo,
ahorró las palabras en los segundos exactos
en los cuales la invitó a bailar.
Cuando se acercaron no hubo muecas, ni gestos,
sólo el calor de ese mágico abrazo que la hizo volar.
Sus mentes pensaban e ideaban
cómo continuarían haciendo el amor;
la pista ya no era su preocupación,
ellos sólo danzaban enamorados
y sus sueños los situaban en un colchón.
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